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Crónicas del Desarticulista



Después de enfrentarme a la inmunda y dura realidad de la vida diaria, me dejo caer en la atracción seductora que más que destruirme, me sirve para poner orden de las esquirlas que el destino me dispara incansablemente y que la propia inercia del día no me deja procesar cuando estas impactan en mi percepción de la existencia.

BIC y una libreta francesa con hojas en blanco que nunca terminé de llenar en alguna de las materias infumables optativas de la universidad fueron con lo que comencé a sucumbir a esta compulsión inquietante. La primera dosis, la cual tardaba alrededor de 15 minutos, calmaba mi ansiedad y me daba claridad de la banalidad o profundidad y relevancia de todo lo acontecido ese día.



La soledad de la noche dejó de ser suficiente para saciar mis ganas de escribir. Ansioso, busqué otros vehículos para saciar mi nueva necesidad adquirida, la tinta y el papel fueron sustituidos por un teclado y un monitor. Como un exhibicionista cedí ante los impulsos y deje de hacerlo en mi intimidad y comencé a hacerlo en el trabajo, en la calle, en el carro sin piedad, esculpiendo el silicio con palabras con tal de poner orden a lo que tengo en la mente.


Esta parafilia lingüística dejó de ser placentera y opté por el vouyerismo de mis textos, necesitaba que alguien los leyera. Es ahí donde entra este medio y tú, lector de esta columna quincenal, a veces mensual, o bimestral. Después de un año de escribir y ser leído por ti, encontré el verdadero bálsamo para el alma de este escritor. El ser leído.



Concluye un año de dejarte ser cómplice de mi delirio sensorial, tú, lector de mis desvaríos, eres la pista en la que danzan mis palabras, el escenario en el que se despliegan mis pensamientos. Y yo, el desarticulista, seguiré esculpiendo en el universo digital, alimentándome de tus ojos que devoran cada letra, cada pausa. Aquí nos encontraremos, en este desfile de caracteres y sentimientos, en esta orgía de letras. Brindo por más años de leer y ser leído, por seguir teniendo el placer de poder sofocar juntos esta posesión abrumadora que me exige escribir.

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